Nuestra sociedad occidental busca la medición de todo aquello tangible e intangible, y que puede afectar a la producción. Hemos creado el reloj, que nos dice en todo momento qué hora es, y nos avisa en cuanto tenemos cosas que hacer. Pero lo que era un aviso ahora nos ha convertido en esclavos de ello. Vivimos en una sociedad líquida, donde todo fluye cada vez de manera más vertiginosa. El ritmo de vida que llevamos es frenético, y todo para poder recibir un dinero a final de mes que nos permita cubrir nuestras necesidades básicas (y secundarias si éste lo permite).

Llevamos ya una más de una semana de confinamiento en España, y ante el parón de la sociedad, estamos tan acostumbrados a llevar este ritmo vertiginoso que muchos se quejan de tener que parar. No soportan el hecho de estar dentro de casa, y necesitan relacionarse con terceras personas. Nuestra sociedad nos motiva a relacionarnos para poder compartir y presumir experiencias vividas, ya que hemos decidido mostrar a través de un escaparate lo idílica que es nuestra vida. Las redes sociales son una ventana a esta vida tan perfecta, en la que solamente se muestra todo lo bueno de nuestra vida, o, en algunos casos, lo malo de ésta cuando buscamos el consuelo en las mismas. Todo, a fin de cuentas, para captar la atención de nuestro círculo social y tener alguien con quien interactuar.

La vida frenética y la dinámica de nuestra sociedad nos han hecho olvidar que debemos hablar con alguien muy importante y fundamental en nuestras vidas, sin quién no podríamos existir: nosotros mismos. ¿Cuánto hace que no te sientas, te acomodas, cierras los ojos, respiras profundamente, te relajas e intentas ver cómo está yendo tu vida y si has tomado los caminos correctos? Muchas veces suponemos que al tomar una decisión estamos tomando la mejor decisión posible, y quizá esta decisión se haya tomado sin valorar previamente todas las variables. Ya son pocos los que escuchan a su interior para tomar decisiones relacionadas con ellos mismos. La liquidez de nuestros tiempos nos impide tomar el tiempo necesario para ello, ya que la vida personal se ha devaluado en pro de la vida laboral, priorizando el trabajo por encima de todo en muchos casos, haciéndonos olvidar nuestras raíces y nuestros orígenes.

Pues bien, ¿por qué no aprovechamos cada uno de nosotros para hacer una pequeña desconexión de la sociedad del conocimiento y de la distracción, y charlamos con nosotros mismos? De bien seguro que tendréis muchas cosas que contaros, y aunque en algunas cosas quizá cueste llegar a ver la solución, de bien seguro que permitirá ver las cosas con mayor claridad y ser capaces de tomar mejores decisiones. A veces me gustaría vivir unos doscientos años atrás para poder vivir desconectado, y con mucho más tiempo para uno mismo. Sé que es idílico, pero el ideal romántico de aquellos tiempos me cautiva. El hecho de no estar conectado, y poder centrar la atención en uno mismo, delante de un papel, una pluma y una vela, por ejemplo, me da una enorme envidia.

Quizá el hecho de ver lejana esta posibilidad sea porqué haya tomado un camino equivocado, pues muchas veces la avaricia nos hace esclavos de nuestras vidas, sin poder reflexionar sobre la vida por falta de tiempo, y tomando decisiones a corto plazo, y ahora he perdido esto elemento que tanto nos gusta medir, pero que hemos eliminado por completo de nuestras vidas.

Aprovechemos estos días en casa para hablar con nosotros mismos y hacer un balance de nuestras vidas, independientemente de lo que nos pida nuestra sociedad, pues el tiempo fluye como las aguas del río, y aunque siempre esté ahí, éste puede perder su caudal cuando menos lo esperemos.

Un pequeño proverbio para terminar:

                  «Para quien no sabe a dónde quiere ir, todos los caminos sirven»

Deja un comentario